domingo, 5 de febrero de 2017

1976. ETA secuestra y asesina en Hendaya dos inspectores de Policía.

El 4 de abril de 1976 los inspectores de Policía Jesús María González Ituero y José Luis Martínez Martínez eran secuestrados por ETA en Hendaya (Francia).


Jesús María y José Luis llevaban sólo seis meses en la Policía. Destinados en una comisaría de San Sebastián, habían cruzado a pie la frontera, tras comer en una pizzería de Guipúzcoa. Dejaron sus armas en el puesto de control aduanero de Irún, y de ahí se dirigieron al cine Varietés en Hendaya. Allí fue donde los vieron vivos por última vez.

Tras comprobarse que los dos amigos no habían recogido sus armas en la aduana, se dio la voz de alarma. Al día siguiente, el cónsul de España en Bayona presentaba una denuncia por secuestro de los dos inspectores ante las autoridades francesas. La Policía francesa realizó una gran operación para intentar localizarlos. Parecía como si a José María y a José Luis se les hubiese tragado la tierra. 

Inspector Jesús González Ituero

Un mes después de la desaparición de los dos policías se publicaba en la prensa la noticia de que varias personas afirmaban haber presenciado cómo dos jóvenes, cuya descripción concordaba con la de los desaparecidos, habían sido abordados a la entrada de un cine de Hendaya por un grupo de hombres armados que les habían obligado a introducirse en un coche.

Ante la falta de resultados, el asunto quedó prácticamente archivado. Semanas antes de la aparición de los cuerpos, el padre de Jesús María González dirigió una carta al Rey rogándole que hiciese todo lo posible por esclarecer el asunto. 

Algo más de un año después de la desaparición, el día dieciocho de abril de 1977, sus cadáveres aparecieron torturados y con un tiro en la nuca en la playa vascofrancesa de La Chambre d'Amour, en el término municipal de Anglet, entre Biarritz y Bayona.

Los cadáveres, en avanzado estado de descomposición, fueron encontrados por cinco adolescentes en un antiguo búnker construido por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Los jóvenes estaban buscando con palas material bélico, que en dicha zona se encuentra con cierta facilidad debido a que los alemanes construyeron durante la Segunda Guerra Mundial diversas fortificaciones en la costa. El grupo dio con una masa oscura que resultó ser un cadáver, a tan sólo quince centímetros de profundidad. A escasa distancia se encontraba el otro cuerpo. Inmediatamente dieron aviso a la Policía que procedió a levantar los cadáveres en presencia del juez. En sus ropas podían apreciarse restos de etiquetas españolas, primera pista de que podía tratarse de los policías españoles.

Aparecieron sin sus documentos personales consistentes en placa y carnet profesional del Ministerio de la Gobernación, con los pies y las manos atadas, mutilaciones en los dedos y un tiro en la nuca. La autopsia revelaría que uno de ellos había muerto de dos disparos en la cabeza, efectuados a quemarropa, mientras su compañero presentaba un único impacto de bala. 

En fuentes policiales se consideró que los jóvenes inspectores fueron víctimas de una meticulosa y premeditada trampa. Uno de los policías llegó a trabar cierta amistad con una joven camarera de un club de la ciudad donostiarra quien unos días antes le llegó a comentar que tenía que contarle algo muy reservado y confidencial de interés policial, ya que la muchacha conocía la condición de agente de la autoridad del joven inspector.

El policía se mostró interesado en el asunto, le pidió más información sobre el tema y la camarera comenzó a urdir la siniestra trama que llevaría a la muerte a los inspectores. Les dijo que conocía a un militante de la banda terrorista de ETA refugiado en el sur de Francia que quería colaborar con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y que podía suministrar información acerca de las actividades de la banda armada, pero que por cautela no se atrevía a pasar a España. 

El funcionario debió confiar plenamente en ella y convenció al otro compañero de promoción para que le acompañara. El inspector comentó el hecho con algunos compañeros de la Comisaría, quienes le recomendaron que tuvieran sumo cuidado ya que el asunto les parecía un tanto peliagudo. Pasó un tiempo y al cabo de unos días, apareció nuevamente la camarera anunciándole uno de los agentes que le había concertado una cita en Hendaya con el supuesto etarra.

Todo apunta a que los asesinos conocían plenamente sus identidades y movimientos. El secuestro pudo producirse en las inmediaciones del cine donde los agentes fueron raptados e introducidos a la fuerza en un vehículo e inmediatamente los terroristas darse a la fuga sin que existieran o se localizasen testigos presénciales de lo ocurrido o al menos así informó sobre el caso la Gendarmería francesa.

La policía francesa llevó a cabo una operación de cierta envergadura para localizar a los dos agentes, pero sin resultados. Dos meses después de la desaparición de los funcionarios, hubo unos cuarenta detenidos relacionados con la organización terrorista, algunos de los cuales fueron confinados en la Isla de Yeu, pero la única pista real que encontró la policía francesas fue solamente el hallazgo de cierta documentación y datos sobre los policías en el domicilio de un miembro de ETA.

Sobre el tema de la desaparición de los agentes circularon entonces distintas versiones. En una de ellas se llegó a decir que los policías, estaban adscritos al CESID (Centro Superior de Información de la Defensa) y se encontraban en tierras francesas en misiones de labores de Información anti ETA. Incluso que trataban de establecer contactos con determinadas personas miembros de la banda terrorista con el fin de intentar la captación de colaboradores de la organización etarra para la Policía.

Inspector José Luis Martínez Martínez

Oficialmente nadie se pronunció sobre este aspecto y ETA por su parte no reivindicó estos crímenes al igual que había ocurrido con los de José Humberto Fouz Escobedo, José Antonio Quiroga Veira y Jorge Juan García Carneiro, tres jóvenes gallegos secuestrados y asesinados hasta la muerte en marzo de 1973 y con todos aquellos casos que despertaban especial rechazo social. Incluso la banda terrorista, como haría otras veces a lo largo de su sangrienta y odiosa historia, llegó a señalar que se trataba de una operación montada en territorio galo, desde el Ministerio de la Gobernación español para desatar una campaña represiva del gobierno francés contra los refugiados vascos.

Jesús María González Ituero tenía de 25 años cuando fue secuestrado y asesinado por ETA. Natural de Madrona (Segovia) era el segundo de los seis hijos del matrimonio González-Ituero. Se había incorporado al cuerpo en septiembre de 1975, tras finalizar el servicio militar.

José Luís Martínez Martínez, era natural de Calatayud (Zaragoza) y tenía 31 años. Su infancia la pasó en Almería, pues su padre fue trasladado ahí cuando José Luis era muy pequeño. Una vez que terminó su servicio militar, ingresó en la Academia de Policía. De ahí salió destinado al servicio 091 de San Sebastián, en el que llevaba sólo seis días cuando fue secuestrado y asesinado por la banda terrorista ETA. 

El cadáver de José Luis Martínez recibió sepultura en Almería el 27 de julio de 1977. El gobernador civil de la provincia José María Bances Álvarez, entregó a los padres, Luis Martínez Viorreta y Josefina Martínez Martínez la medalla de oro al merito policial que a título póstumo le fue concedida al malogrado inspector de Policía.

Los restos del otro policía asesinado en Francia, Jesús María González Ituero, fueron inhumados en la localidad segoviana de Madrona. El ataúd, cubierto por una bandera Nacional, fue trasladado desde Madrid a Madrona, escoltado por varios vehículos, en los que viajaban el padre y familiares del muerto e inspectores del Cuerpo General de Policía.

El cadáver fue recibido por las autoridades provinciales, el subdirector general de Seguridad y representantes de la Policía Armada y Guardia Civil. La capilla ardiente se instaló en un salón del Ayuntamiento, rodeada de coronas enviadas por el Ministerio del Interior y diversas autoridades. A las seis comenzó el funeral, tras el cual, el presidente de la Diputación de Segovia impuso sobre el féretro la medalla de bronce de la provincia, y el gobernador civil, la medalla de oro al Mérito Policial que le había concedido el Ministro del Interior..

En 1985 unas horas después del asesinato en Madrid del director general del Banco Central, Ricardo Tejero, era detenido de forma casual en la estación madrileña de metro de Sol el etarra Venancio Sebastián Horcajo, responsable de la infraestructura del comando Madrid de ETA, gracias a la decidida acción del inspector de la Brigada Central de Información Pedro Morales, que le identificó durante el trayecto del convoy en el que viajaba por resultarle conocido al haber residido en su mismo inmueble de Madrid. El inspector encañonó al terrorista y de esa forma le condujo hasta la cercana Dirección General de Seguridad. 

De las siguientes investigaciones practicadas en el piso que Horcajo ocupaba en la capital de España se descubrieron dos carnets que llevaban el sello del antiguo Ministerio de la Gobernación, llegando la Policía a la convicción de que eran los documentos de los inspectores asesinados en Francia en 1976 y que habían servido a los terroristas que se hicieron pasar por inspectores de policía para el secuestro del financiero Diego Prado y Colón de Carvajal. 

Tras minuciosas investigaciones realizadas durante años y con datos que nunca habían sido revelados se pudo asegurar que los etarras que intervinieron en el secuestro de los inspectores de Policía Jesús María González Ituero y José Luis Martínez Martínez, fueron Tomás Perez Revilla alias “Hueso” que sería asesinado por los GAL, Grupos Antiterroristas de Liberación, el 15 de junio de 1984 por medio de una bomba trampa colocada en una moto que estaba aparcada en la calle Carnot de Biarritz y Eloy Díaz de Guereño, alias “Señor Robles”, miembro del aparato político y de finanzas de ETAm. 

Se daba la trágica circunstancia de que Pérez Revilla, había participado el sábado 24 de octubre de 1973 en el secuestro y posterior asesinato de los los coruñeses José Humberto Fouz Escobedo, Jorge Juan García Carneiro y Fernando Quiroga Veira, que se habían desplazado en un coche modelo Austin con matrícula de La Coruña, desde Irún - hasta San Juan de Luz para ver la película “El último tango en París”, cuya proyección estaba prohibida en España. Un comando etarra formado por Tomás Pérez Revilla, alias “Tomás y Hueso”; Prudencio Sodupe, alias “Pruden”; Sabino Achalandabaso Barandica; Manuel Murua Alberdi, “el Casero”; Ceferino Arévalo “el Ruso” y Jesús de la Fuente Iruretagoyena, “Basacarte”, los confundló con agentes de la Policía española y se enfrentaron a los jóvenes gallegos en el bar La Tupiña muy frecuentado en aquellos años por terroristas y separatistas abertzales. 

La bronca, que había amainado en el bar, se recrudeció y tuvo su continuidad en el aparcamiento. Allí los etarras Pérez Revilla, Pagoaga Gallástegui, que se incorporó al grupo y un tercero sin identificar redujeron a los tres jóvenes y los secuestraron, llevándoselos, en el propio coche de las víctimas, según se conoció años después, a una granja deshabitada propiedad del que había sido consejero del gobierno vasco en la guerra civil española, Teleforo Monzón, uno de los principales culpables por inacción de los asesinatos de más de 250 presos nacionales en las cárceles de Bilbao y en los buques prisión Cabo Quilates y Altuna Mendi. 

En aquel lugar se ensañaron atrozmente con los jóvenes gallegos y les asesinaron de un tiro en la nuca. La sanguinaria organización jamás reivindicó dicho crimen, pero con el paso de los años y por reproches y acusaciones de miembros de la propia banda, entre ellos el arrepentido, Juan Manuel Soares Gamboa, se supo que en efecto aquellos tres jóvenes habían sido torturados y asesinados por los pistoleros vascos. El etarra José Manuel Pagoaga Gallástegui alias “Peixoto”, -según todos los indicios policiales, el principal cerebro de los crímenes-, llegó a reconocerle al infiltrado en la organización, Mikel Lejarza “El Lobo”, que de los tres muchachos coruñeses uno había muerto a consecuencia de un botellazo y a los otros dos les habían sacado los ojos con destornilladores entre espantosos chillidos por parte de los torturados. Una carta remitida por el “Ruso” a su novia, Paca Aguirre, en donde le confirmaba que había participado en una pelea en la Tupiña “con tres policías gallegos”, demostraba a las claras que la riña en efecto había tenido lugar pero poco tuvo que ver con la posterior y terrible acción del aparcamiento y la decisión de asesinarlos por parte de Revilla y Pagoaga. 

En principio los cuerpos de los tres jóvenes fueron enterrados en la playa de Hendaya para con posterioridad moverlos y ocultarlos en un lugar desconocido entre San Juan de Luz y Ascain. A día de hoy, sus cadáveres siguen sin aparecer. El asesinato de los tres muchachos fue una acción vergonzosa y a todas luces vituperable puesto que la organización terrorista nunca aceptó la gran equivocación de confundir a tres trabajadores con miembros de la policía española. José Manuel Pagoaga Gallástegui “Peixoto” sufrió también un atentado por parte del Batallón Vasco Español en 1979 y vive casi ciego y cojo en el sur de Francia. 

Carlos Fernández Barallobre.






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